La curiosidad es la sal de la experiencia. Y bien dice el dicho que la curiosidad mató al gato… pero al menos el gato murió sabiendo en lugar de seguir viviendo en la ignorancia. No obstante, el siguiente artículo no trata de nuestros graciosos y juguetones amigos felinos, sino de otros animales mucho más emparentados con el género humano: los monos.
En un principio, el experimento del que seguidamente vamos a hablar se ideó para estudiar la cultura de una organización. Y es que la psicología tiene muchos campos de actuación, y no siempre se trata todo de ansiedades, depresiones o de esos trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) que están tan de moda entre nuestros niños últimamente. También la psicología está presente en el mundo de la empresa o, mejor dicho, de la organización, entendiendo ésta como una agrupación de personas que se mantiene relativamente estable en el tiempo y que persigue unos fines y objetivos concretos. Salvando las distancias, podríamos considerar una organización como si fuera una «mini-sociedad», y es de recibo que, como toda sociedad, tenga su propia cultura, es decir: un conjunto de normas escritas (y no escritas) y formas de proceder que son adquiridas por los empleados y que son consideradas como válidas para hacer uso de ellas y ser transmitidas a las nuevas incorporaciones.
Si te cuento todo esto es simplemente para ponerte en contexto, aunque estoy seguro de que después de leer este artículo podrás sacar tus propias conclusiones. Dicho esto, partamos la baraja.
Una jaula, seis monos en su interior; también una escalera plegable y un apetitoso premio en forma de plátano en lo alto de la misma. No hay que ser muy inteligente para saber que los monitos, bien por hambre, bien por gula, subirán la escalera para reclamar la golosina amarilla. Pero he aquí la gran trampa: cada vez que uno de los macacos comienza a escalar por los peldaños, el despiadado experimentador somete a los compañeros simiescos que quedan abajo a una ducha de agua helada. El proceso se repite una y otra vez: un mono sube, manguerazo a los de abajo; premio para el intrépido, castigo para los rezagados. Así siguió la historia, hasta que los monos menos decididos se hartaron de ser duchados injustamente. Llegado cierto momento, dentro de la jaula nació una curiosa y violenta conducta: cada vez que un mono intentaba subir nuevamente por la escalera para hacerse con los plátanos, los otros que quedaban abajo le agarraban, le arrastraban hasta el suelo de la jaula y le apalizaban. Así se instauró la nueva ley: la pena por intentar coger los plátanos era el linchamiento popular.
Pasado el tiempo, los monos dejaron de subir la escalera por miedo a recibir una tunda por parte de sus compañeros. Fue entonces cuando el malvado experimentador decidió ir sustituyendo monos. Sacaba a uno de la jaula y metía a otro que nada tenía que ver con los otros cinco y que, por lo tanto, nada sabía de las normas que imperaban dentro de aquella pequeña prisión. Así que lo primero que hizo el nuevo vecino fue, naturalmente, intentar subir por la escalera para coger los plátanos. Craso error, por supuesto, pues los otros monos, temerosos de la ducha fría, no dudaron un segundo en hacerle saber las normas, así que a éste le cayó una buena ración de golpes, mordidas y arañazos. Obviamente, el nuevo mono no tardó en aprender cuáles eran las reglas dentro de aquellos barrotes, y tras unas cuantas palizas desistió de intentar subir a por los plátanos.
El experimentador sustituyó entonces otro mono, y todos aplicaron de nuevo la ley cuando el novato intentó subir la escalera. Todos, incluido el simio que había llegado previamente, y que aún se dolía de la zurra a la que le habían sometido sus otros cinco paisanos. Los monos siguieron siendo sustituidos y aprendiendo a no subir la escalera, lo cual se castigaba con una paliza de campeonato. Uno tras otro, fueron entrando los nuevos y saliendo los viejos, hasta que ninguno de los seis monos originales se encontraban ya dentro de la jaula.
¿Cuál fue el resultado del experimento? Muy sencillo: los monos que quedaron dentro de la jaula le aplicaban severa azotaina a cualquiera de sus compañeros que intentase subir por la escalera para hacerse con los plátanos, aunque ninguno de ellos había conocido la desagradable sensación del tacto del agua helada contra su pelaje.
En resumen: los monos hacían lo que hacían porque así había que hacerlo, aunque ninguno de ellos tenía una verdadera razón para hacer lo que hacía.
Personalmente, creo que este experimento arroja unas conclusiones apasionantes y extrapolables a muchos aspectos de nuestro día a día (aunque, para ser sincero, la idea de torturar monos no es muy de mi agrado). En cualquier caso, podemos ver claramente que existe un peligro inherente en eso que llamamos mayoría. A fin de cuentas, es ella la que dice qué hay que hacer, qué música escuchar, qué gobierno elegir, qué es tendencia y qué es marginal; quién merece castigo y quién premio. En definitiva: la voz de la mayoría siempre es la voz que más alto suena, pero (y esto nos lo han enseñado nuestros queridos monitos) quizá no sea la voz que verdaderamente merezca ser escuchada. No obstante, no es menos cierto que los seres humanos somos animales sociales, y mentiríamos si dijésemos que el hecho de vivir en sociedad (o vivir de forma organizada, si se quiere) no aporta una serie de innumerables beneficios y facilidades a nuestra existencia. Sin embargo, debemos hacer un ejercicio de autorreflexión, y ese ejercicio te lo voy a plantear a través de la siguiente pregunta (en tu mano está adecuar esa pregunta en función de tu situación particular):
¿Te compensa no ir a por los plátanos por conformidad y deferencia hacia los tuyos, así como por temor a una ducha fría que nunca llega? Es más, ¿existe tal ducha? Y, en caso afirmativo… ¿te mojas tú o lo hacen los tuyos?
Y tú...¿qué opinas?