Creo que no exagero al decir que la ansiedad y la depresión son las gripes del siglo XXI. Y es que al mundo le ha dado por correr deprisa últimamente, evoluciona (o involuciona, según se mire) a un ritmo tan vertiginoso que muchas veces resulta increíblemente difícil seguirle el ritmo. En el trabajo nos piden hacer hoy informes para mañana que se quieren para ayer, allá a dónde vayamos hay cientos de estímulos que pelean por captar nuestra atención (redes sociales, WhatsApp, música estridente, publicidad…) Queremos despejarnos y mantenernos en forma, pero tenemos que compaginar eso de forma que podamos pasar tiempo con nuestra pareja, llevar a los niños al colegio, a actividades extraescolares… Y deberíamos hacer por fin esa quedada con nuestro grupo de amigos que tanto llevamos aplazando, y también sacar tiempo para nosotros mismos… cosa que no podemos hacer porque tenemos que preparar la comida que mañana llevaremos a la oficina, hacer la colada y limpiar la casa. A fin de cuentas, el día sólo tiene 24 horas, de las cuales pasamos 8 durmiendo… o solíamos hacerlo hasta que nuestro padre cayó enfermo y ahora tenemos que pasar las noches en vela con un ojo avizor para asegurarnos de que su estado de salud no empeore. Normalmente, esta tarea hubiese recaído en mi madre, pero por ella también pasan los años y, para ser justos, la pobre mujer ya no está para andar trasnochando a su edad. En definitiva, cada día hacemos malabares con más pelotas en el aire de las que podemos manejar, y todo mientras montamos en monociclo intentando mantener el equilibrio sobre la cuerda floja… y un buen día, de repente, uno se da de bruces contra el suelo.
Sin darnos cuenta, estamos hipotecando de a poco nuestra salud mental y física a una vida que no da. La ansiedad aparece entonces, y nos ataca por frentes insospechados y de maneras que jamás hubiéramos imaginado
En futuros post hablaremos también sobre de la famosa depresión, ya que su sintomatología está muy relacionada a la de la ansiedad (son amigos inseparables, de hecho). Sin embargo, hoy le vamos a ofrecer este pequeño espacio a la no menos famosa ansiedad.
¿Qué es la ansiedad?
A grandes rasgos, la ansiedad podría definirse como un estado intenso de malestar y preocupación, ante estímulos o situaciones cuyo peligro no es acorde a la realidad. Se podrían diferenciar dos tipos de síntomas:
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Inicialmente, nuestro cerebro reaccionaría de forma inmediata, manifestándose síntomas como aceleración del corazón, aumento de la presión sanguínea, dificultad para respirar, opresión en el pecho, sudoración, malestar estomacal… Existen ocasiones en las que estos síntomas se aparecen de forma tan repentina e intensa que incluso se puede tener la sensación de perder el control por completo o pensar que corremos peligro de muerte.
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A largo plazo, el cerebro se mantiene en estado de alerta continuado, manifestándose otros síntomas como problemas para dormir, tensión muscular, tendencia a enfadarse o sobresaltarse por cualquier estímulo, dificultad para concentrarse…
Aunque no lo creas, esta sensación de angustia o miedo es adaptativa, porque prepara al cuerpo para la acción o la defensa: por ejemplo, sería lógico tener un miedo intenso ante un tigre que nos atacara. La trampa viene cuando vivenciamos esa misma sensación ante situaciones cotidianas como el acudir a nuestro puesto de trabajo cada día, hacer frente a una época difícil, preocupaciones continuas sobre un tema que para uno es relevante aunque parezca no serlo para los demás (obsesiones), quedar con otras personas para tomar algo (ansiedad social) o evitar una situación tan normal como ir al cine, por miedo a sufrir un ataque o crisis de ansiedad (agorafobia o miedo al miedo).
En definitiva: la ansiedad es un problema cuando nos limita en nuestro día a día.
¿Cómo combatir o calmar la ansiedad?
No hay soluciones fáciles para un problema difícil. Las fórmulas mágicas que nos prometen reducir la ansiedad en pocos minutos, no existen.
El tratamiento farmacológico es en nuestro país, a día de hoy, la principal línea de actuación para el tratamiento de los estados ansiosos. Contamos con una gran cantidad de medicamentos en el mercado destinados a reducir el malestar producido por la ansiedad (los denominados ansiolíticos), siendo recetados por el médico de atención primaria para tratar de ayudar al paciente que tiene delante con el poco tiempo del que dispone.
Sin embargo, no es la única línea de tratamiento, y utilizar únicamente este tipo de fármacos es la forma superficial de tratar el problema. Es una especie de parche o de tirita para una herida sangrante, que ha estado con nosotros parte de nuestra vida y que requiere de una cura o limpieza en profundidad.
¿El tratamiento farmacológico funciona para tratar la ansiedad?
Para qué engañarnos: lo cierto es que las pastillas funcionan en la mayoría de los casos. Pero como todo lo que brilla no es oro, los fármacos no resuelven el problema ni mucho menos.
Y tú me dirás: Jorge, pero yo me las tomo y me siento mejor, puedo encarar la vida prácticamente igual que antes ¿Cómo puedes decirme que no está resuelto el problema?
Efectivamente, lo digo. Lo digo y lo mantengo.
Déjame que te pregunte algo: ¿Esas pastillas han resuelto el motivo que te ha llevado a experimentar la ansiedad, o simplemente, han ayudado a sobrellevar sus síntomas? O dicho de otro modo ¿Las pastillas han tratado las causas o las consecuencias del problema? Probablemente la respuesta sea negativa. Y la prueba de ello es que, tan pronto como dejes de tomar los ansiolíticos, los síntomas van a volver a aparecer.
Por tanto, lo que no funciona es utilizar el tratamiento farmacológico de forma permanente y sin supervisión psicológica o psiquiátrica. Y mucho menos sin llevar a cabo un trabajo personal y de autorreflexión que busque el origen y las causas de la problemática.
Porque será inevitable que la tirita termine despegándose. Y ahí nos daremos cuenta que la herida y el dolor, siguen ahí. Y cómo duele.
Entonces, ¿Qué hago para tratar la ansiedad?
Cada persona es un mundo. Y te invito a que profesionales de la salud mental sean los que evalúen y valoren tu caso, siendo nosotros los que te vamos a dar las mejores recomendaciones y un plan de acción adaptado a tu problema.
Una de las opciones que podría incluir ese plan de acción, es la terapia psicológica, ya que es la que va a poder ofrecerte soluciones a medio-largo plazo (junto con el tratamiento farmacológico, que variará dependiendo de algunos factores como los síntomas, la intensidad de los mismos, etc.). Y no lo digo porque la psicología sea mi campo, sino porque existen cientos de estudios de referencia llevados a cabo por la comunidad científica que así lo han demostrado.
En esta línea, la terapia cognitivo-conductual es tu gran aliado en la batalla contra la ansiedad y sus demonios. Sus diferentes técnicas, ampliamente contrastadas y empíricamente validadas, son las que de verdad podrán producir un cambio en tu vida. Gracias a ellas podremos sacar a la palestra la raíz del problema, estudiarlo, sopesar opciones y establecer una serie de objetivos que pueda proporcionarte las herramientas adecuadas para hacerle frente.
Es momento de actuar. No te lo pienses dos veces. Si llevas tiempo experimentando los síntomas de la ansiedad y no has podido encontrar por ti mismo una solución efectiva, te propongo que, por el bien de tu salud mental, acudas a mí o a cualquier otro profesional cualificado que pueda ofrecerte la ayuda necesaria para salir adelante y volver a tomar las riendas de tu vida.
¡Un saludo, y nos vemos en futuros posts!